Aritz no procede de un sitio común. No vive en ninguna ciudad que puedas conocer aunque sí puede ser que seas amigo de Hugo, el dueño del páncreas en el que vive.
La vida de Aritz era normal. Todos los días iba al colegio de las “Células Beta” donde les enseñaban a fabricar insulina, una sustancia que permite que el cuerpo de Hugo pueda ingerir azúcar, por ejemplo cuando come un bocadillo. Cuando llegaba a casa, continuaba leyendo más y más sobre el tema.
A Aritz le llevaban de excursión muchas veces a la fábrica de insulina Beta para ver cómo se fabricaba. Allí también trabajaban sus padres. El profesor Beto les explicaba todo sobre el funcionamiento de la fábrica: “¡Atención, niños! Si por alguna razón la fábrica cerrara, Hugo tendría un grave problema porque sin insulina no se puede vivir”.
Una mañana que se dirigía al colegio notó que algo raro pasaba. De repente, el cielo se volvió muy oscuro, empezó a lloviznar y salió una gran cantidad de humo de un edificio.
“¡Es la fabrica de insulina!”, gritó Aritz nervioso y empezó a correr hacia allí. Cuando llegó pudo ver a un enorme dragón que estaba quemando y destruyendo todo.
Aritz le gritó: “Para, para, ¿acaso no ves que estás destruyendo las reservas de insulina?”. El dragón se giró y riendo le contesto: “Yo soy Anticú y a mí nadie me dice lo que hay que hacer. Destruiré y destruiré la fábrica y nadie me podrá parar”. Por más que Aritz le pedía que no continuara, el dragón hacía oídos sordos y continuaba quemándolo y quemándolo todo.
El pánico cundía en “Villa páncreas” y todos corrían de un lado para otro sin saber qué hacer. Aritz se puso muy nervioso y le preguntó a su profesor qué es lo que iba a pasar. “Al no tener reservas de insulina, Hugo se pondrá muy malito. Hay que conseguir insulina por otro medio”. No entendían el porqué de que aquel dragón se pusiese a atacar la villa. Había muchos dragones anticuerpo dentro de Hugo y la mayoría, buenos.
Una vez destruida la fábrica, el dragón sonrío y dijo: “Me marcho que ya hice lo que quería” y ¡pum! desapareció. Todos estaban muy preocupados, la fábrica no se podía volver a construir y Hugo cada día que pasaba se encontraba peor: tenía muchas ganas de orinar, de comer y de beber y se sentía terriblemente cansado e irritable.
A medida que los días pasaban, Hugo se encontraba peor aunque en su páncreas las cosas no iban mejor. Varias veces al día llegaban paquetes y paquetes cerrados con el azúcar que Hugo consumía diariamente y que se acumulaban entre los escombros de lo que había sido la fábrica.
Todos estaban agobiados, sobre todo Aritz porque, en horas, se acumulaban torres y torres de azúcar que no se podía utilizar. Desde otras partes del cuerpo de Hugo llegaban mensajes solicitando una solución rápida antes de que las cosas se pusiesen peor pero nadie sabía qué hacer. El profesor Beto explicaba que la fábrica no se podía volver a construir porque estaba hecha de un material muy especial: “Si no encontramos una opción, Hugo se pondrá muy, muy malito y todos desaparecemos”.
Hugo se puso tan enfermo que lo tuvieron que llevar al médico:
-¿Qué me ocurre, doctor?
-Tienes diabetes. Eso significa que tu páncreas no produce insulina.
¡Diabetes! No suena nada bien.
Pero cuando parecía que todo estaba perdido, dentro del páncreas, Aritz tuvo una gran idea: “¡Claro, ya está! Camiones. Necesitamos camiones que nos traigan la insulina de fuera. Hay que hacer varios pedidos y construiremos una nueva fábrica para usarla”.
Aritz corrió a contárselo a todos que, de repente, se pusieron muy contentos. Al poco tiempo empezaron a llegar grandes camiones cargados de insulina. Unos paquetes los usaban durante todo el día, es la que Aritz bautizó como “insulina lenta” porque la utilizaban poco a poco. La otra, a la que llamaron “rápida”, llegaba cada vez que entraba alimento en el cuerpo.
Además, Hugo aprendió que tenía que controlar la cantidad de azúcar que comía, lo que ayudó a los habitantes de “Villa páncreas” a usar exactamente la cantidad de insulina que entraba en la fábrica todos los días.
Y así, Aritz visitaba a menudo la nueva fábrica para aprender a “sintetizar la glucosa”, pero eso ya es otra historia.
La vida de Aritz era normal. Todos los días iba al colegio de las “Células Beta” donde les enseñaban a fabricar insulina, una sustancia que permite que el cuerpo de Hugo pueda ingerir azúcar, por ejemplo cuando come un bocadillo. Cuando llegaba a casa, continuaba leyendo más y más sobre el tema.
A Aritz le llevaban de excursión muchas veces a la fábrica de insulina Beta para ver cómo se fabricaba. Allí también trabajaban sus padres. El profesor Beto les explicaba todo sobre el funcionamiento de la fábrica: “¡Atención, niños! Si por alguna razón la fábrica cerrara, Hugo tendría un grave problema porque sin insulina no se puede vivir”.
Una mañana que se dirigía al colegio notó que algo raro pasaba. De repente, el cielo se volvió muy oscuro, empezó a lloviznar y salió una gran cantidad de humo de un edificio.
“¡Es la fabrica de insulina!”, gritó Aritz nervioso y empezó a correr hacia allí. Cuando llegó pudo ver a un enorme dragón que estaba quemando y destruyendo todo.
Aritz le gritó: “Para, para, ¿acaso no ves que estás destruyendo las reservas de insulina?”. El dragón se giró y riendo le contesto: “Yo soy Anticú y a mí nadie me dice lo que hay que hacer. Destruiré y destruiré la fábrica y nadie me podrá parar”. Por más que Aritz le pedía que no continuara, el dragón hacía oídos sordos y continuaba quemándolo y quemándolo todo.
El pánico cundía en “Villa páncreas” y todos corrían de un lado para otro sin saber qué hacer. Aritz se puso muy nervioso y le preguntó a su profesor qué es lo que iba a pasar. “Al no tener reservas de insulina, Hugo se pondrá muy malito. Hay que conseguir insulina por otro medio”. No entendían el porqué de que aquel dragón se pusiese a atacar la villa. Había muchos dragones anticuerpo dentro de Hugo y la mayoría, buenos.
Una vez destruida la fábrica, el dragón sonrío y dijo: “Me marcho que ya hice lo que quería” y ¡pum! desapareció. Todos estaban muy preocupados, la fábrica no se podía volver a construir y Hugo cada día que pasaba se encontraba peor: tenía muchas ganas de orinar, de comer y de beber y se sentía terriblemente cansado e irritable.
A medida que los días pasaban, Hugo se encontraba peor aunque en su páncreas las cosas no iban mejor. Varias veces al día llegaban paquetes y paquetes cerrados con el azúcar que Hugo consumía diariamente y que se acumulaban entre los escombros de lo que había sido la fábrica.
Todos estaban agobiados, sobre todo Aritz porque, en horas, se acumulaban torres y torres de azúcar que no se podía utilizar. Desde otras partes del cuerpo de Hugo llegaban mensajes solicitando una solución rápida antes de que las cosas se pusiesen peor pero nadie sabía qué hacer. El profesor Beto explicaba que la fábrica no se podía volver a construir porque estaba hecha de un material muy especial: “Si no encontramos una opción, Hugo se pondrá muy, muy malito y todos desaparecemos”.
Hugo se puso tan enfermo que lo tuvieron que llevar al médico:
-¿Qué me ocurre, doctor?
-Tienes diabetes. Eso significa que tu páncreas no produce insulina.
¡Diabetes! No suena nada bien.
Pero cuando parecía que todo estaba perdido, dentro del páncreas, Aritz tuvo una gran idea: “¡Claro, ya está! Camiones. Necesitamos camiones que nos traigan la insulina de fuera. Hay que hacer varios pedidos y construiremos una nueva fábrica para usarla”.
Aritz corrió a contárselo a todos que, de repente, se pusieron muy contentos. Al poco tiempo empezaron a llegar grandes camiones cargados de insulina. Unos paquetes los usaban durante todo el día, es la que Aritz bautizó como “insulina lenta” porque la utilizaban poco a poco. La otra, a la que llamaron “rápida”, llegaba cada vez que entraba alimento en el cuerpo.
Además, Hugo aprendió que tenía que controlar la cantidad de azúcar que comía, lo que ayudó a los habitantes de “Villa páncreas” a usar exactamente la cantidad de insulina que entraba en la fábrica todos los días.
Y así, Aritz visitaba a menudo la nueva fábrica para aprender a “sintetizar la glucosa”, pero eso ya es otra historia.